Revista Stellium

El buscador de verdades prohibidas - Urano y Plutón en Frankenstein de Mary Shelley

por Iva Hryc

ojo

La palabra “creatividad” tiene en el imaginario humano un peso importante. Pensar en la creatividad nos evoca a grandes artistas, obras colgadas en museos del mundo, inventos fuera de norma. En realidad, la creatividad no es otra cosa que la capacidad, humana o no, de crear. La vida crea constantemente en todos sus planos, y ese acto es un devenir continuo en el que todo está naciendo y soltándose para tomar una forma más o menos imprevista a cada momento. Eso que se da tan naturalmente en el orden planetario encuentra su complejidad al pasar por la experiencia humana. El ser humano, en la condena que es a veces su capacidad de conciencia, puede enredar la ecuación e intentar apropiarse de la creación. En este artículo, intentaremos dar cuenta del juego uraniano y plutoniano que se da en la experiencia humana al buscar la creatividad. Para eso, analizaremos la novela gótica “Frankenstein” de Mary Shelley.

Víctor Frankenstein representa al típico hombre de ciencia de la época, obsesionado con su ambición de descubrimiento, dispuesto a hacer cualquier tipo de sacrificios para adquirir conocimiento innovador y, con eso, lograr un lugar de admiración entre sus pares. Su búsqueda del conocimiento lo ciega en su afán creador y le hace imaginar un futuro majestuoso:

La vida y la muerte se presentaban para mí como límites ideales, que primero deberé atravesar para volcar un torrente de luz en nuestro mundo oscuro. Una nueva especie me bendeciría como su creador y fuente; muchas naturalezas felices y excelentes me deberán su existencia. Ningún padre podría adjudicarse la gratitud de sus hijos tan completamente como yo he de merecer la de ellos.(i)

Esta declaración nos da la pauta de lo grandilocuente detrás de la ambición de Víctor. Su motor es un pulso plutoniano que lo impulsa a llevar su conocimiento al extremo. Víctor se describe a sí mismo con características divinas. La fantasía de “romper los límites de la vida y la muerte”, y que toda una especie le deba su gratitud, son cualidades sólo aplicables a un creador divino.

Algo sucede en el experimento que no estaba previsto por Víctor: el ser creado lo asusta. Las características de “la bestia” no son las que Víctor soñaba. Allí se devela que la verdadera intención de Víctor no era crear, sino obtener el reconocimiento social a partir de su creación. Que la figura creada no satisfaga las aspiraciones de Víctor es su condena y a la vez su gran aprendizaje. Los seres humanos creamos buscando reconocimiento y luego no toleramos la forma propia de nuestra creación. Cuando eso sucede, no queda más que enterarnos de que el impulso creativo no era tal. Si sólo estamos buscando obtener respuesta social, la esencia misma de la creación queda perdida. Por definición, encontrarnos con nuestra creatividad no puede ser como lo planeamos. Si Urano nos confirma, no es Urano.

Lo que asusta a Víctor no es el aspecto físico de la bestia. Después de todo, habiéndolo creado él mismo, podía prever su apariencia. Lo que horroriza al científico es la vida propia que cobra el ser creado. La pérdida de control sobre la creación, una vez puesta afuera, aterra a lo humano. Me pregunto cuánto nos pasa esto en muchos órdenes de la vida. Tenemos hijos y queremos que sean a nuestra imagen y semejanza. Fundamos proyectos y esperamos que sigan el curso que imaginamos tal cuál lo concebimos. Es irónico e interesante que nos despierte tanta libido el crear y luego intentemos matar esa creación tabicándola entre estándares previamente pensados.

Mery Shelley usa la fealdad de la bestia para representar lo que es socialmente inaceptable. Víctor rechaza su creación por encontrarla fuera de los estándares de belleza. La deformidad de la criatura da cuenta de su diferencia, y lo diferente, para lo asustado, inevitablemente significa espantoso o amenazante. En este sentido, Víctor no muestra ninguna apertura a lo nuevo y a lo creativo. Paradójicamente, aunque su narrativa personal dice buscar nuevos horizontes, en realidad está buscando recrear los ya existentes. Esto nos pasa con la creatividad. La búsqueda comienza por algo que ya conocemos, y cuando sucede lo realmente nuevo, nos asustamos y tememos sus consecuencias. Nos sentamos frente a una página en blanco, un lienzo vacío, un pentagrama sin rellenar, y el pánico nos inunda y paraliza. En esos momentos de “bloqueo de autor”, Urano, lo creativo, queda tapado detrás de los miles de imágenes y exigencias plutonianas de logro. La mano tiembla con la pluma bajo la presión de escribir solo algo grandilocuente, y no podemos contactar con el hecho de que lo nuevo solo llega si aflojamos la muñeca y dejamos que salga de nosotros eso que nos empeñamos tanto en controlar. El ego necesita correrse para dejar que lo auténtico se muestre. Pero resistimos, porque el miedo es a quedar afuera, a diferenciarnos, aunque en la búsqueda consciente estemos intentando justamente eso. La creatividad uraniana viene indefectiblemente con la angustia de exclusión. Ese miedo nos obtura y nos mueve a controlar, a retener, a juzgar lo que aparece con ojos antiguos e involucionados. Preferimos el dolor de la impotencia que la angustia del vacío diferenciante. El control se impone entonces como una manera de refrenar ese impulso que surge desde lo más desconocido de nosotres mismes. El mecanismo psíquico, asustado frente a la potencia creadora uraniana y la transformación plutoniana, recurre a su viejo aliado: el control. Tememos, controlamos y así quedamos en una espiral de malestar que solo trae más desgracias.

Contrario a lo que se ha instalado en el imaginario colectivo, la bestia creada por Víctor es amable y amorosa. Son los humanos a su alrededor los que muestran cualidades bestiales al rechazarlo inmediatamente por su fealdad. Aquí se perfila la idea de otredad. La bestia va quedando de lado, no por sus características internas, sino por el rechazo de lo que lo rodea. La bestia no tiene nombre. A lo largo de la historia, Víctor lo llama de muchas maneras, todas despectivas: infeliz, demonio, diablo, monstruo, demonio infeliz, demonio aborrecible, enemigo, odioso. Curiosamente, sucede que, ante la falta de nombre de la criatura, hemos dado por asociarla con el nombre de su creador. Frankenstein es en la novela el científico, pero en el imaginario colectivo el nombre está asociado con este monstruo mezcla de partes humanas. Es como si la condición bestial de su creador hubiese imbuido a la criatura. Podemos pensar entonces que lo bestial no es, justamente, el monstruo, sino lo que el miedo hace con él. Lo que hemos de temer no es a lo que creamos, sino a nuestras reacciones mamíferas altamente defensivas.

Frankenstein

Otra cuestión es que Víctor no demuestra ningún sentido de responsabilidad sobre su creación. Al contrario, en su fantasía, la criatura tiene obligaciones hacia él, la primera de ellas es su eterna gratitud y admiración. En su idea de lograr el objetivo aparece una sensación de éxito arrogante, y nunca se le ocurre tener una responsabilidad en esa creación. ¿Cuál es la responsabilidad que nos impone la creatividad? Si pensamos en las relaciones mitológicas entre Urano y Saturno, podríamos hablar de lo imperioso que resulta, ante la presencia de la creación, sostener el espacio abierto para que eso se desarrolle, no coartarlo ni juzgarlo. La creación de vida es puramente teórica para Víctor, así como en muches de nosotres, la fantasía de creatividad se nos aparece como un acto casi mágico y sin ningún tipo de sostén mundano. Pero la creación necesita de anclaje. La chispa creadora, una vez encendida, requiere que le pongamos el cuerpo, lo respiremos, le demos espacio a que eso que se creó nos transforme ahora a nosotres, nos enseñe algo de lo que llevábamos dentro.

El desprecio de Víctor por su criatura no pasará sin consecuencias. El monstruo, que primero intentó acercarse para obtener su ternura, después, dolido por el desprecio de su padre intelectual, tomará venganza y le quitará la vida a casi todos sus amigos y parientes. Al final de la historia. El castigo de Frankenstein por intentar apropiarse de lo que nunca fue suyo es convertirse en un Deambulador, habitar el mundo sin ninguna sensación de vitalidad ni sentido. Víctor comenzó la historia como un buscador, pero termina como un vagabundo.

¿Qué hacer con eso que se nos impone ante la búsqueda creativa? ¿Cómo darle lugar a nuestra especificidad individual sin apropiárnosla, sin pedirle que nos traiga prestigio y glamur? Algo de la humildad se hace evidente. Si podemos entregarnos a la idea de que somos siempre canales, que nunca lo creado es nuestro como tal, tal vez algo pueda hacerle espacio a dejar que Urano se desenvuelva, que hable por nosotres, para nosotres, que nos cambie, nos humille, nos ponga a jugar un juego más funcional y amoroso para todes.

Publicado por: Revista Stellium, Mar. 2022.

Referencias:
(1) Shelly, Mary. Frankenstein. Cambridge Literature. C.U.P. Cambridge. 1998. Página 58. (la traducción es mía)

Autora:
Iva HrycIva Hryc - Su amor por la astrología fue el resultado de un largo camino de indagación que comenzó por otros lenguajes como la arquitectura, la literatura y la fotografía. Estudió traducción y subtitulado y le apasionan las lenguas, los dichos, las frases y todo modo de expresarse con palabras. Llegó a la astrología primero como consultante, en momentos de crisis profunda, y se enamoró tanto del código que se formó en Casa XI, en Buenos Aires, y luego en la escuela de posgrados de Silvia Neira. Actualmente trabaja como astróloga en su consultorio particular en Buenos Aires e investiga, reflexiona y ofrece talleres vivenciales junto con su colega Aurora Calero, en Mendoza, Argentina. Acaba de terminar su formación en terapia bioenergética con Orlando Zaslavsky, y espera seguir encontrando puntos de síntesis entre el código abstracto de la astrología y el mundo concreto del cuerpo, la vivencia y la emoción, para acompañar y acompañarse a encontrar más maneras de habitarnos más conscientemente.
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